haciendo que el resto de voces no sea
más que ruido de fondo.
Lleva dos lazos de regalo por labios
y una tóxica bienvenida
caligrafiada en la mirada.
Aguardo su llegada, como una victima,
que escondida entre el bullicio de la
gente
disimula su respiración agitada
Si pudiera
apartaría mi pérdida mirada para
buscar otros ojos,
que aun no siendo los suyos,
aceptaran el reflejo de miserable
conformidad
que le ofrecerían los míos.
Después de tanto tiempo
escucho su sonrisa de nuevo, al pasar,
quebrando el silencio.
Permanezco prudente, sin decir si
quiera una palabra.
Muerdo mis labios hasta sangrar
observando los suyos.
Hay una mezcla entre el olor a café y
el olor de su perfume
como presagio de la agridulce escena.
proyectando su imagen contra las
cuatro paredes.
La suave cadencia de su voz
dilata el resto de ecos en la
habitación.
Exhalo una mentira en sus oídos
y lo llamamos promesa.
Pero fue inútil.
Porque sin despegar los labios
vi caer frente a mí, resbalándose,
una a una por entre sus negras y
flotantes pestañas
aquellas gotas
que al desprenderse brillaban como
hilos de luz
buscando enhebrar en su aliento las
palabras,
que pausadamente, se convirtieron en
ligeros suspiros.
La indignación llameó en mis pupilas
reflejadas sobre espejos de acero
que a intervalos de gris y negro
pintaban con despojos el fondo de sus
ojos.
Pintaban, el que podríamos llamar
boceto,
de esta historia que nunca acaba.
Arrancó la humedad de mi boca
y seguidamente me ofreció un hilo de
agua helada
descendiendo por el cauce de su espina
dorsal.
La cual me mostraba al dar media
vuelta
y marcharse por donde llegó.
Deseo, por primera vez, la resignación.
Se llena en mí la necesidad de
soledad.
Sonó un portazo lleno de indiferencia.
Se silencio la madera con sus
inmóviles ruidos.
Calló el viento en las aceras también.
Sin atreverme ni aun si quiera a
respirar.
Dos vueltas de llave para cerrar la
puerta
que me separa de la utópica percepción
que me aguijonea,
de la quimérica ilusión del que se
arriesga a tocarla.
Mire mis manos y mis rodillas,
que llenas de barro, dolientes y
rojizas,
acusaban contra mí el sentimiento de
culpabilidad.
Y el rubor de las paredes
dejo paso a las sombras de la noche.
Y las chispas de luz en sus mejillas se
cambiaron
por el sonido sordo y lúgubre de la
niebla.
Y la intensidad en mis pupilas
hecha leve susurro sin letras ni música.
Incapaz de comprender mi nostalgia
por su ya alejada mirada
ahogo bajo el agua los gritos
que se estrellan en forma de versos
en este texto.
Se aleja
sabiendo que sé
que no me duele ninguna otra herida
porque es ella la única cicatriz que
aún no me han hecho.