sus manos me aprisionaron la respiración desde el otro lado de la acera,
para luego jugar a devolverme el aire a intervalos de agonía.
para luego jugar a devolverme el aire a intervalos de agonía.
Y la sensación de verla llegar fue la
misma
que la de estar bajo un aguacero
y encontrar una cornisa.
La última vez en que nos quedamos a
oscuras
en la calle había un campo de minas de
gotas frías
y castillos de paredes de barro en
cada parque.
Sus labios
seguían violáceos cuando sonaron los engranajes de la cerradura girando,
su aliento
aun parpadeaba pausadamente en mi boca
justo antes
de desvestirla
como si no supiéramos
ni de agujas ni de relojes,
sus manos aun
estaban frías mientras desabotonaba mi camisa hasta pellizcar mi cuello.
Como ríos de
agua deslizándose por toboganes de hierro,
como el viento
empujando hasta lo más alto los columpios.
Hay reflejos de luz callejera en los
cristales de sus gafas
y trazos de fría escarcha impregnados en su
piel ocre.
Mis manos se hunden en la tinta que baña su carne
como queriendo aprender las lineas que la delimitan en la oscuridad.
como queriendo aprender las lineas que la delimitan en la oscuridad.
Mi boca se unge con el alcohol de la
fragancia que estrangula su cuello
y sus piernas se entrelazan entre las
mías,
como dos lazos que se estrechan y
cierran formando un nudo.
Hay un manantial en cada poro de su
piel
y su sudor desciende como enredaderas
de miel,
guiando mi lengua hasta la última de
las terminaciones nerviosas de su cuerpo.
Como lámparas
eléctricas cayendo en hilo del cielo,
como rayos sin
voz tocando el suelo con la yema de los dedos.
Se puede rozar el silencio si te
tumbas en su pecho y,
el sincronismo de su pulso, enmudece a
todos los relojes
que articulan un
“ya es tarde”
en nuestras bocas.
Su nombre, escrito con calor sobre el
vaho,
abre espejos sin horizontes con las
imágenes que no sabré desdibujar
cuando se marche.
Se puede disfrazar la niebla de la mañana borrosa bajo sus
sabanas,
y escucharla con la excitación de nuestros corazones golpeándonos en
la boca.
Como olor a
humedad tras los ventanales,
como retratos
del invierno en los cristales.
“No quiero que vuelvas a cerrarme una
puerta si no es conmigo dentro.”
Le dije mientras lo hacía.
Y el ruido de sus pasos sobre los
escalones, mientras se alejaba,
sonaba con la terrible semejanza de la
última vez.
Que torpes mis ojos que no saben cómo
apartarse de su espalda,
que inútil barrer los restos de lo que
fuimos para después escribírselos,
que absurdo el ahora y el sin ti por
no hacernos daño.
Que difícil recordar la lluvia ahora que me ahogo.
Como ponerle
rejas a los patios del recreo
y tragarme la
llave del candado que pusiste en mis labios.
Quiero decir, que sí, que yo también
sé de tormentas,
pero destilar el frió en tu boca
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