Ninguna llaga tanto se
sintió
ninguna que por tanto
tiempo no sanara su tormento.
Ni placer tan inmenso
fue
que no le consumiera el
tiempo.
A la edad de
17
años
la mezcla
entre la torrencial lluvia fría y el candente asfalto,
que se veía
desde mi ventana algunos días de verano,
prestaba a
mis sentidos una representación cercana a lo que debía ser la magia.
Ese mismo año conocí a quien puso en duda la definición de la
misma.
Para cuando
quise darme cuenta de lo sugestiva que era la sensación de estar cerca de ella
ya me
encontraba escribiendo sobre todo ello ininterrumpidamente,
detallando
el desconocimiento de las causas.
Ella me creaba la necesidad de escribir
y no poder describir la sensación
era tan angustioso
como lo era la incertidumbre del porvenir.
A mí,
esa
ansiedad en el pensamiento fruto de la composición de
impaciencia y desesperación,
a cada segundo que se escapaba de entre mis manos,
me
parecía una sensación única.
Los
minúsculos fragmentos de tiempo que pasábamos juntos comenzaron a parecerme
insuficientes para todo lo que mi estomago tiritaba imaginando su calor.
El presentimiento de que solo eran restos de minutero lo que me prestaba
acentuaba la
distancia hasta hacerla insalvable,
emborronando
la tinta hasta no entender ni una de las letras
con las que enmudecía
sobre el papel
todo lo que apenas podía disimular delante de ella :
Que me enajenaba la comodidad del silencio cuando la miraba
fijamente
y no apartaba la mirada,
que su rojo de labios me hacia soñar desiertos en pleno noviembre,
que me envenenaba el filo de sus manos cuando moldeaba el
ruido
hasta convertirlo en melodías,
que hacia todo esto sin querer y que apenas se daba cuenta,
<<que es muy jodido no poder conjugarla en presente
todavía.>>
Tan solo me quedaba la aspereza de
cruzarnos en alguna esquina
y la esperanza de escupir telegramas en
el idioma del asfalto:
manchando
sus pies hasta aprender sus huellas.
Que tan frustrante es poseer
el deseo y la necesidad por alguien
pero no la habilidad para saciar ambos sentimientos.
>> Si os cuento todo esto es porque
ayer, al verla de nuevo, sentí el peso sobre mis hombros de
toda la piel y la saliva que he estado malgastando,
de todas las vueltas de reloj que hemos dado hasta el
siguiente párrafo : <<
Su pelo recogido en una apretada coleta sobre su nuca
estrangula mis ojos hasta cortarme la respiración.
Los engranajes giran sobre el cuarzo produciendo la llama
y la muerte parece extinguirse justo en la frontera entre el papel y sus labios.
El humo disparado en espirales reflecta la luz de los portales sobre las aceras
y la perspectiva consume mi aliento hasta quemarme la garganta.
No sé si lo
entiende,
pero podría
secuestrarme las cuerdas vocales hasta hacer el silencio suyo.
No sé si lo
entenderéis,
pero se ha
convertido en un espejismo,
como la hora
del despertador de casa después del apagón.
Imprecisa.
Se ha
convertido es una oscilante ilusión.
Como la magia.
Y una vez más, con la boca ensuciada de despedida,
clava en mi mejilla izquierda el remite
que sigue delirando con copos de nieve
en pleno agosto.