No me
preguntes que hago aquí,
como si no
hubieras adivinado estas manos agrietadas de lijar pasado,
para luego
escribírtelos.
Por si se
nos olvidan.
Con esta
sed de futuros que es solamente tuya
y que
dejaron aquí tus ansias de despojarme de toda humedad.
No me mires
así,
como si el
metálico timbre o mis nudillos en la puerta
no hubieran
hecho más eco en
la frontera
de las palabras que se quedaron por decir
que en el
hueco del 4º de tu escalera,
como si
esta noche no nos resultase parecida
o no nos
supiese un poco igual en la mirada a otras mucho menos frías,
en las que
4 era un número más entre cientos de besos
y no tu
desconocido portal.
Quizá tengas
razón,
y debamos ser
lo más correctos posibles en cuanto al lenguaje,
evitar los
excesos retóricos donde se esconde más de lo que se dice,
eludir todo
lo que resultaría incomodo para evitar mentir.
Pero la nostalgia se acomoda a tu silencio en el salón
y se ciñe contra el tacto áspero de sonrisa nerviosa
que no pueden silenciar mis labios.
Deberíamos
ser más educados en cuanto a la mirada.
Los
extraños no se miran como
si
encontraran algo familiar en cada pequeño detalle de rasgo,
como si
desempolvaran a retazos los gestos del otro con la mirada.
Los ojos no
pueden vacilar en el vuelo
en línea
recta desde una silla hacia la otra,
porque solo
las miradas cómplices tiemblan,
y eso es
algo que no podemos permitir que se nos note.
Hay un tiempo exacto permitido en la continuidad de una mirada
ajena,
un tiempo que no se puede sobrepasar,
para que no se desplome el disfraz que transforma
nuestros ojos en simple cristal.
Deberíamos
callar.
Para
dejarme recordar, mientras te observo, que es lo que olvidé,
porque sigo
sin saber que hago aquí.
Aun no sé
que sigo esperando y sin embargo siento que espero
y que tuya
es la culpa que mantiene en pausa el tiempo.
Por eso he vuelto,
aunque no se pueda llamar exactamente así, verás:
nunca he roto mi postura de que
tú
serías
ella.
Es como si
todos esos hilos invisibles desenredados de entre mis huesos,
a fuerza de olvido,
hubieran vuelto a tensarse hasta estrujar
todo lo que se ocultaba
en lo más profundo de mí.
Es como si
alguien hubiera estado meciendo el tiempo
hasta hacerlo pesado en mis brazos,
como si alguien lo hubiera dormido.
Contesta
si eres tu
quien guarda mi perdido y embarrado tiempo,
dime si
acaso descansa engullido y comprimido en el marrón de tus ojos.
Y, de ser
así,
dime si
pudieran quizá rasguear mis dedos en ellos,
como un
niño escarba en la arena creyendo que
la marea no
se lo llevará todo.
Dime si
pudiese buscar en ellos hasta sondear en la oscuridad
de tu
pensamiento.
Dime si
acaso mis manos podrían encontrar,
del marrón
de tus ojos,
el tiempo que
han engullido de mi reloj de
arena
encharcada
en el segundo en el que te fuiste.
Y, de ser
así,
¿Qué
sentido tiene seguir hablando de nuestras vidas?
Si la vida está
varada en un instante,
y yo solo
estoy intentando que creas
que puedo
escapar de una espiral.
Déjame huir
de toda esta educación antes de marcharme,
antes de
cruzar el arco de ascensor que vaticina el presidio
y hundirme
en un
terraplén de realidad,
antes de
vacilar de una lado a otro por tu acera,
antes de
las preguntas en la noche;
presta un
momento de atención
a este
silencio
y siente el
rio de sangre que llevo al cuello en forma de soga,
el latido
palpitante y duro en la yema de los dedos,
la
respiración resonante y ausente de aliento,
la mirada
insomne del que no sabe a hacia donde avanza,
las
palabras atropellas que no saben cómo decir adiós,
la garganta
sedienta que no sabe como decir adiós,
los labios
cortados que no quieren pronunciar un adiós.
Y es que
huele a hogar, escúchalo, el silencio lo grita,
el perfume
resbala del cuello al aire y
huele a
como respiran los abrazos que se transforman en mirada
y como las
miradas consiguen ser aliento
y como el
aliento se convierte en beso
y este beso
en sello inquebrantable.
Una mirada
que busca reciprocidad
y consuelo
en el mismo
parpadeo.
Así es como
se mira por última vez el fuego
para quien se
adentra en el invierno.
20 segundos
de caída sostenidos por 50 metros de cable,
14 min y 30
segundos de huellas sin identidad,
una vuelta a casa sin hogar,
una mueca
de sutil ironía en la mancha de la noche,
una pausa
indefinida sobre un transcurso invisible,
caer dormido y rasparse las rodillas,
jugar con las pesadillas
y un perenne silencio.
-
Escribir
es
retorcer el recuerdo de tacto de tu piel
en
hebras diminutas
con
las que coserme las heridas.
SobreVivir
no
es más que un continuo intento de deslizar el hilo
que
se acaba rompiendo justo después de cruzar el aro de metal. -
Ni te
enhebro.
Ni te
olvido.