Voy a pensarte sin prisa.
Voy a olvidarte despacio.
Voy a escribirte demasiado.
Voy a tragarme mis
palabras
cuando deje de escupir las tuyas.
Voy a hablar de ti en alto...
hasta que dejes de sonar.
Tengo que
reconocer que estoy escribiendo con mucho retraso
lo que
deberías de haber sabido desde el primer día.
Pero,
¿cómo voy a
saber explicarle a alguien
que mi vida
abre paréntesis con la forma de las comisuras de tus labios cada vez que
vuelves?
¿Cómo?
Si aun no
hay ni tan si quiera inventada la suficiente recursividad como para
trazar tu
piel en el aire con tan solo palabras.
¿ Cómo voy a
explicarme
que podría
haber sabido con exactitud
el tamaño de
las grietas de mi estomago
cada una de
las veces en que decidiste marcharte ?
Supongo que
el miedo prevalece.
Y yo siempre
he temido lo que pudieras hacer conmigo
desde el día
en que convertiste al resto en insignificante.
Entre escalofríos de calor
aun recuerdo
abotonar camisas de sudor
hasta tu
cuello con mis propias manos.
Recuerdo
como te desnudabas en el cuarto con las persianas bien subidas
y a las
polillas llamar a la ventana cansadas de las farolas.
Recuerdo tu
piel bañada en betún
poniendo
perdida toda la habitación
de lo que al
día siguiente pondría por nombre poesía.
Pero mañana
siempre fue tarde contigo
y lo más jodido
es que cada punto de tus lunares acaba en tilde
prolongando
la incertidumbre . . .