Hablemos de ruina y espina.
Hablemos de polvo y herida.
De mi miedo a las alturas.
Lo que quieras,
Hablemos de polvo y herida.
De mi miedo a las alturas.
Lo que quieras,
pero hablemos.
De todo menos del tiempo
que se escurre entre nuestros dedos.
De todo menos del tiempo
que se escurre entre nuestros dedos.
Me hablas de ruina y espina.
Me clavas el polvo en la herida.
Me culpas de las alturas.
Me clavas el polvo en la herida.
Me culpas de las alturas.
No quieres hablar del tiempo
aunque este de nuestro lado.
Creo que aun no estoy preparado para volver a escribirte
este texto
porque ya lo hice una vez y
porque no ha llegado aun 'la mañana en que me llevaste a conocer el
hielo'.
Pero es de calidez y no de frío de lo que quiero hablar.
No quiero volver a masticar esa pizca de hiel
que le pones a cada paso que damos hacia atrás.
Porque aunque no me lo crea,
a ambas orillas del río no llega el mismo agua.
Y aun trato de entenderlo.
Disimular.
Disimular tan bien mi falta de entendimiento
con todo aquello que no dejo de repetirme.
Fingir.
A veces te miro como si te conociese.
Reconocerte
en cada señal de peligro
y escoger ese camino.
He intercambiado con feriantes mi lista de reproches
a cambio de tinta para pintar de colores y horizontes
despejados
las paredes de esta pequeña cárcel.
Y si sigo aquí
la razón es pura y sinceramente porque
"Ahora
no podría ni tan
si quiera dibujar una línea,
y aun así
jamás he sido
tan gran pintor como en estos momentos."
Me has ofrecido en bandeja de plata la misma sed,
he probado la sal de tus labios
y el mar se hizo primer plato
invitando a dejarme arrastrar.
Aun con el agua al cuello
sé de sobra
que 'si no respiré' no 'fue por no ahogarme'.
Morir no suena tan mal desde que lo pronuncias tú,
desde que todas mis notas de suicidio
golpean tu nombre.
Y en eso sigo,
en bailar sobre el filo de tu cuchillo.
Y hacerlo descalzo
porque me siento como en casa.
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