He estado buscando la razón por la que irme:
Quizá sea porque sigo prefiriendo escribirte y así evitar mirarte a los ojos.
Ya ves,
yo también soy un poco cobarde.
Quizá sea
por esa costumbre mía de acariciar(te) cada día como si fuera el último,
pero tú
ya me dejaste muy claro que cualquier día te marcharías.
Y es ahora,
justo
cuando te marchas de verdad,
cuando me
doy cuenta de que mis actos no están a la altura de nuestras circunstancias.
Será porque
aun no he desaprendido a subir las escaleras de tres en tres
y que tú
no has entendido todavía
que estas
prisas son el resultado de tanta sed.
Será porque
solo se dar paso tras paso
cuando me
llevas al mar
y sigo la
estela de tus huellas sobre la orilla.
Yo, sigo
confundiendo tus labios con la sal
pero tú,
no encontraste
mejor forma de explicarme
todo aquello
de la cal y la arena.
Quizás
sea por ese segundo, demasiado complejo de entender,
en el que
apareces
y un
escalofrió recorre mi espalda para terminar en mi estomago
en forma
de millón de agujas
Quizá sea
por aquella primera noche,
justo entre
el invierno y la primavera,
en que te
pedí que me besaras
aun sabiendo
que me
tiraba al vacío.
Siempre
fui un poco suicida.
"Hay
que saber disfrutar de las caídas" me dije,
pero
todos los días tengo que buscarme a mí mismo
en esta
quimérica ilusión
que es tu
cuerpo.
Quizá sea
por esa forma que tienes de atravesar despacio mi cuarto
arropando
las baldosas amarillas con tu lencería.
Llevándote
de golpe todas las pesadillas.
Será por
el tejer de tus dedos en mi piel
con esos
hilos invisibles que elaboran la trama,
trágica,
de esta
nuestra historia.
Quizá sea
porque me siguen
aterrorizando las noches
en las
que me tumbo solo,
y recordándote,
sigo sin
encontrar tu pulso en ninguna parte de la cama.
No sé si
será por tu manía de pintarlo todo tan gris
y por mi
mala costumbre de fijarme solo en el abanico de colores
que me
ocultas tras tus manos.
Quizá sea
por ese luto que mantengo en este entierro sin muerto,
porque el
dolor solo encuentra razones en tu cuerpo.
Pero
manteniendo las típicas cicatrices vacías de las despedidas ausentes.
Tal vez sea
porque aun creo cruzarnos en tu esquina
cuando me
da por buscarte con mis ojos
invisible
en el aire
adivinándote
a encontrar en ninguna parte.
Será porque
muero de miedo por el frío que hay en mis manos
cuando no
rozan la calidez de tu cuerpo,
y me
siento
como el
que sigue buscándole las tres patas al gato
Quizás es
porque intenté entenderte como a un idioma desconocido
y solo reconocí
ambigüedad e inconformismo.
Lo
irónico, es que aun así,
sigues
pronunciando mejor que nadie mi palabra favorita:
Ven.
Quizás
sea porque hago garabatos imposibles con
tu nombre en mis recuerdos
y te
escribo como el que no tiene muy claro cuándo va a dejar de hacerlo:
apretando
los papeles con signos indescifrables.
Quizás es
porque me engañé
y creí
encontrar la oportunidad de desdibujarle los barrotes al cielo
cuando
solamente hacia equilibrios sobre un alambre de espinas.
Puede ser
que tú me
hablaras de piedras y de hielo
y yo te
escuchara, creyendo, que ya no hablábamos de tu corazón.
Quizás es
porque yo ya sabía
que hoy
preferirías no venir
para
evitarme el peso de reconocerte entre el público.
Será
porque tengo anudado al cuello el lazo
con el que
no abrirás mis próximos regalos.
O será porque
sigo pensando en la primeras veces que nos quedan.
Aun fantaseo
con que llegue el día
en que te
vea venir y me susurres al oído:
Espérame,
aun sin saber si volveré.
Y quizá, en ese justo instante,
tendré
claro
que yo
aun no he encontrado razón con suficiente peso
para
decirte que no.
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