Un
mismo color, cobre. La hojalata de este edificio.
Lejos de nuestras casas y con este mismo
frio.
Dos cuartos, solo una habitación, sin ningún color
y tú viniendo con trampas, encima.
Lo de
siempre, la misma obsesión.
Las mismas mentiras,
Y tú, mi única perdición.
Tres párrafos no son los suficientes,
ni siquiera tres textos, o tres libros,
para describir el hecho de mirarte,
y morirme de envidia del que puede tocarte.
De la mala.
Cuatro plantas son suficientes para arrojarme
al umbral de la basura, de la sed,
al imán de tú locura.
Imposible a este miedo no arroparme,
difícil esta vez no asomarse
al borde de tú falda,
y no querer allí suicidarme.
Cinco de la madrugada y me sigue faltando papel
para terminar de explicar que eso de
aparentar
no me
esta sentando nada bien.
Y quizás por esta vez
la tinta me responda los “porqués”.
Seis tempestades, seis vientos huracanados,
seis tormentas, seis balazos.
Si, son verdades de lo que hablo,
son coherencias que me devuelven la
cordura.
La misma que me robas, que se esfuma como
la espuma.
Siete de la mañana y suena el despertador,
llega el alba pero yo sigo en el mismo
sueño
que la noche anterior.
Tú seguías allí.
Ocho paradojas temporales, rotas,
que van caminando entre los arrabales,
y yo, esperando pasar y verte,
verte esperando,
verte pasar,
pasar de ti
(por aquello de que me engaño),
o solo espero verte pasar por mi lado,
mientras mi piel se estremece,
preguntándome existencialmente ,
mientras la sal de mi café se deshace,
si volveré a verte.
Nueve minutos y medio,
y ya empiezo a notar cómo se mueve el mundo
corriendo detrás de tú culo.
O, a lo mejor, solo se están moviendo las
nubes
empujadas por el aire frío que queda cuando
te vas
(se corta cuando estás).
O, quizás, aquí no se está moviendo nada,
solo está creciendo mi estupidez ilimitada
por colgarme de cualquiera
a las tantas de la mañana.
Aunque creo que la palabra cualquiera
no va mucho con ella.
10 razones para odiarte.
Continuará...
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