viernes, 14 de marzo de 2014

Tercer intento...

Un disfraz para dejar de ser yo,
para cortar la distancia
entre el corazón y la razón,
para acortar la distancia
entre tú y yo.

Dos ecos sin ninguna voz,
el silencia retumba en esta habitación,
cuando pasas de tu silla a mi renglón.
Pero te quedas ahí, y de ahí no te mueves.

Tres escalones rozan tus talones
cuando saltas el espacio que hay
entre mis razones y las pocas opciones
que me dejas.

Cuatro. U otra forma de enumerarlo.
Esta sala de espera en la que nunca llega mi turno,
o quizás se pasó ya mi número.
Otra forma de mirarlo. De mirarte.
Otra forma de contarlo,
de seguirte el rastro
con el tacto.

Cinco. Llegados aquí, brindo
por lo juegos de niños,
por la de veces que estoy perdido
entre tus laberintos,
porque no le encuentro ningún sentido
a la pausa de tú cuello
sino es a mordiscos.



Seis. Arden las farolas,
descarrilan los trenes,
la ciudad se alborota,
los idiotas nos sorprenden,
la maldad está rota,
la luna prende
la luz de las goteras,
el invierno escuece
como el hacha en la madera,
mi letra no obedece
pues no quiere sin ti una guerra,
quiere miel de tu piel
no de las colmenas,
quiere deudas con tu litera,
quiere sacar las cuerdas.


Siete. Y vuelves, y no sé porqué,
y no sé qué forma es esa
de dar una de cal y otra de arena
tan sutilmente.

Ocho. Te vas, pero no del todo.
Ya no sé donde esconderme para que no me encuentres,
si al fin y al cabo,
estamos caminando por la misma rotonda en sentidos contrario.

Nueve formas de odiarme
por no querer salir de una cárcel
que me he hecho yo solo,
con cuatro paredes del papel de mis esbozos,
un suelo del color de las mentiras,
negras, proyectando la sombra de las rejas,
y un techo que…bueno, el límite del cielo
te dejo que lo decidas tú.

Diez razones para odiarte


Continuará...


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