Un disfraz para
dejar de ser yo,
para cortar la
distancia
entre el corazón
y la razón,
para acortar la
distancia
entre tú y yo.
Dos ecos sin
ninguna voz,
el silencia
retumba en esta habitación,
cuando pasas de
tu silla a mi renglón.
Pero te quedas
ahí, y de ahí no te mueves.
Tres escalones rozan
tus talones
cuando saltas el
espacio que hay
entre mis
razones y las pocas opciones
que me dejas.
Cuatro. U otra forma
de enumerarlo.
Esta sala de
espera en la que nunca llega mi turno,
o quizás se pasó
ya mi número.
Otra forma de
mirarlo. De mirarte.
Otra forma de
contarlo,
de seguirte el
rastro
con el tacto.
Cinco. Llegados aquí,
brindo
por lo juegos de
niños,
por la de veces
que estoy perdido
entre tus
laberintos,
porque no le
encuentro ningún sentido
a la pausa de tú
cuello
sino es a mordiscos.
Seis. Arden las
farolas,
descarrilan los
trenes,
la ciudad se
alborota,
los idiotas nos
sorprenden,
la maldad está
rota,
la luna prende
la luz de las
goteras,
el invierno
escuece
como el hacha en
la madera,
mi letra no
obedece
pues no quiere
sin ti una guerra,
quiere miel de
tu piel
no de las
colmenas,
quiere deudas con
tu litera,
quiere sacar las
cuerdas.
Siete. Y vuelves, y
no sé porqué,
y no sé qué
forma es esa
de dar una de
cal y otra de arena
tan sutilmente.
Ocho. Te vas, pero
no del todo.
Ya no sé donde
esconderme para que no me encuentres,
si al fin y al
cabo,
estamos caminando
por la misma rotonda en sentidos contrario.
Nueve formas de
odiarme
por no querer
salir de una cárcel
que me he hecho
yo solo,
con cuatro
paredes del papel de mis esbozos,
un suelo del
color de las mentiras,
negras, proyectando
la sombra de las rejas,
y un techo que…bueno,
el límite del cielo
te dejo que lo
decidas tú.
Diez razones para odiarte
Continuará...
No hay comentarios:
Publicar un comentario