sábado, 30 de agosto de 2014

Razones de peso

He estado buscando la razón por la que irme:


Quizá sea porque sigo prefiriendo escribirte y así evitar mirarte a los ojos.
Ya ves, yo también soy un poco cobarde.

Quizá sea por esa costumbre mía de acariciar(te) cada día como si fuera el último,
pero tú ya me dejaste muy claro que cualquier día te marcharías.
Y es ahora,
justo cuando te marchas de verdad,
cuando me doy cuenta de que mis actos no están a la altura de nuestras circunstancias.

Será porque aun no he desaprendido a subir las escaleras de tres en tres
y que tú no has entendido todavía
que estas prisas son el resultado de tanta sed.

Será porque solo se dar paso tras paso
cuando me llevas al mar
y sigo la estela de tus huellas sobre la orilla.
Yo, sigo confundiendo tus labios con la sal
pero tú,
no encontraste mejor forma de explicarme
todo aquello de la cal y la arena.

Quizás sea por ese segundo, demasiado complejo de entender,
en el que apareces
y un escalofrió recorre mi espalda para terminar en mi estomago
en forma de millón de agujas

Quizá sea por aquella primera noche,
justo entre el invierno y la primavera,
en que te pedí que me besaras
aun sabiendo
que me tiraba al vacío.
Siempre fui un poco suicida.

"Hay que saber disfrutar de las caídas" me dije,
pero todos los días tengo que buscarme a mí mismo
en esta quimérica ilusión
que es tu cuerpo.

Quizá sea por esa forma que tienes de atravesar despacio mi cuarto
arropando las baldosas amarillas con tu lencería.
Llevándote de golpe todas las pesadillas.

Será por el tejer de tus dedos en mi piel
con esos hilos invisibles que elaboran la trama,
trágica,
de esta nuestra historia.

Quizá sea 
porque me siguen aterrorizando las noches  
en las que me tumbo solo,
y recordándote,
sigo sin encontrar tu pulso en ninguna parte de la cama.

No sé si será por tu manía de pintarlo todo tan gris
y por mi mala costumbre de fijarme solo en el abanico de colores
que me ocultas tras tus manos.

Quizá sea por ese luto que mantengo en este entierro sin muerto,
porque el dolor solo encuentra razones en tu cuerpo.
Pero manteniendo las típicas cicatrices vacías de las despedidas ausentes.

Tal vez sea porque aun creo cruzarnos en tu esquina
cuando me da por buscarte con mis ojos 
invisible 
en el aire
adivinándote a encontrar en ninguna parte.

Será porque muero de miedo por el frío que hay en mis manos
cuando no rozan la calidez de tu cuerpo,
y me siento
como el que sigue buscándole las tres patas al gato

Quizás es porque intenté entenderte como a un idioma desconocido
y solo reconocí ambigüedad e inconformismo.
Lo irónico, es que aun así,
sigues pronunciando mejor que nadie mi palabra favorita:
Ven.

Quizás sea  porque hago garabatos imposibles con tu nombre en mis recuerdos
y te escribo como el que no tiene muy claro cuándo va a dejar de hacerlo:
apretando los papeles con signos indescifrables.

Quizás es porque me engañé
y creí encontrar la oportunidad de desdibujarle los barrotes al cielo
cuando solamente hacia equilibrios sobre un alambre de espinas.

Puede ser 
que tú me hablaras de piedras y de hielo
y yo te escuchara, creyendo, que ya no hablábamos de tu corazón.

Quizás es porque yo ya sabía
que hoy preferirías no venir
para evitarme el peso de reconocerte entre el público.

Será porque tengo anudado al cuello el lazo
con el que no abrirás mis próximos regalos.

O será porque sigo pensando en la primeras veces que nos quedan.



Aun fantaseo con que llegue el día
en que te vea venir y me susurres al oído:
Espérame, aun sin saber si volveré.

Y quizá, en ese justo instante,
tendré claro
que yo aun no he encontrado razón con suficiente peso
para decirte que no.



martes, 12 de agosto de 2014

'Confundo el agua con la sal'

Hablemos de ruina y espina.
Hablemos de polvo y herida.
De mi miedo a las alturas.
Lo que quieras, 
pero hablemos.

De todo menos del tiempo
que se escurre entre nuestros dedos.

Me hablas de ruina y espina.
Me clavas el polvo en la herida.
Me culpas de las alturas.

No quieres hablar del tiempo
aunque este de nuestro lado.




Creo que aun no estoy preparado para volver a escribirte este texto
porque ya lo hice una vez y
porque no ha llegado aun  'la mañana en que me llevaste a conocer el hielo'.
Pero es de calidez y no de frío de lo que quiero hablar.

No quiero volver a masticar esa pizca de hiel
que le pones a cada paso que damos hacia atrás.

Porque aunque no me lo crea,
a ambas orillas del río no llega el mismo agua.
Y aun trato de entenderlo.

Disimular.
Disimular tan bien mi falta de entendimiento
con todo aquello que no dejo de repetirme.
Fingir.
A veces te miro como si te conociese.
Reconocerte
en cada señal de peligro
y escoger ese camino.

He intercambiado con feriantes mi lista de reproches
a cambio de tinta para pintar de colores y horizontes despejados
las paredes de esta pequeña cárcel.

Y si sigo aquí 
 la razón es pura y sinceramente porque 
"Ahora
no podría ni tan si quiera dibujar una línea,
y aun así
jamás he sido tan gran pintor como en estos momentos."

Me has ofrecido en bandeja de plata la misma sed,
he probado la sal de tus labios
y el mar se hizo primer plato
invitando a dejarme arrastrar.

Aun con el agua al cuello
sé de sobra
que 'si no respiré' no 'fue por no ahogarme'.

Morir no suena tan mal desde que lo pronuncias tú,
desde que todas mis notas de suicidio
golpean tu nombre.

Y en eso sigo,
en bailar sobre el filo de tu cuchillo.
Y hacerlo descalzo
porque me siento como en casa.