sábado, 30 de abril de 2016

entre-lazos






No me preguntes que hago aquí,
como si no hubieras adivinado estas manos agrietadas de lijar pasado,
para luego escribírtelos.
Por si se nos olvidan.
Con esta sed de futuros que es solamente tuya
y que dejaron aquí tus ansias de despojarme de toda humedad.

No me mires así,
como si el metálico timbre o mis nudillos en la puerta
no hubieran hecho más eco en
la frontera de las palabras que se quedaron por decir
que en el hueco del 4º de tu escalera,
como si esta noche no nos resultase parecida
o no nos supiese un poco igual en la mirada a otras mucho menos frías,
en las que 4 era un número más entre cientos de besos
y no tu desconocido portal.

Quizá tengas razón,
y debamos ser lo más correctos posibles en cuanto al lenguaje,
evitar los excesos retóricos donde se esconde más de lo que se dice,
eludir todo lo que resultaría incomodo para evitar mentir.

Pero la nostalgia se acomoda a tu silencio en el salón
y se ciñe contra el tacto áspero de sonrisa nerviosa
que no pueden silenciar mis labios.

Deberíamos ser más educados en cuanto a la mirada.
Los extraños no se miran como
si encontraran algo familiar en cada pequeño detalle de rasgo,
como si desempolvaran a retazos los gestos del otro con la mirada.
Los ojos no pueden vacilar en el vuelo
en línea recta desde una silla hacia la otra,
porque solo las miradas cómplices tiemblan,
y eso es algo que no podemos permitir que se nos note.

Hay un tiempo exacto permitido en la continuidad de una mirada ajena,
un tiempo que no se puede sobrepasar,
para que no se desplome el disfraz que transforma
nuestros ojos en simple cristal.


Deberíamos callar.
Para dejarme recordar, mientras te observo, que es lo que olvidé,
porque sigo sin saber que hago aquí.
Aun no sé que sigo esperando y sin embargo siento que espero
y que tuya es la culpa que mantiene en pausa el tiempo.



Por eso he vuelto,
aunque no se pueda llamar exactamente así, verás:
nunca he roto mi postura de que

serías
ella.

Es como si
todos esos hilos invisibles desenredados de entre mis huesos,
a fuerza de olvido,
hubieran vuelto a tensarse hasta estrujar
todo lo que se ocultaba
en lo más profundo de mí.


Es como si
alguien hubiera estado meciendo el tiempo
hasta hacerlo pesado en mis brazos,
como si alguien lo hubiera dormido.




Contesta
si eres tu quien guarda mi perdido y embarrado tiempo,
dime si acaso descansa engullido y comprimido en el marrón de tus ojos.
Y, de ser así,
dime si pudieran quizá rasguear mis dedos en ellos,
como un niño escarba en la arena creyendo que
la marea no se lo llevará todo.
Dime si pudiese buscar en ellos hasta sondear en la oscuridad
de tu pensamiento.
Dime si acaso mis manos podrían encontrar,
del marrón de tus ojos,
el tiempo que han engullido de mi reloj de
arena
encharcada en el segundo en el que te fuiste.

Y, de ser así,
¿Qué sentido tiene seguir hablando de nuestras vidas?
Si la vida está varada en un instante,
y yo solo estoy intentando que creas
que puedo escapar de una espiral.


Déjame huir de toda esta educación antes de marcharme,
antes de cruzar el arco de ascensor que vaticina el presidio
y hundirme
en un terraplén de realidad,
antes de vacilar de una lado a otro por tu acera,
antes de las preguntas en la noche;
presta un momento de atención
a este silencio
y siente el rio de sangre que llevo al cuello en forma de soga,
el latido palpitante y duro en la yema de los dedos,
la respiración resonante y ausente de aliento,
la mirada insomne del que no sabe a hacia donde avanza,
las palabras atropellas que no saben cómo decir adiós,
la garganta sedienta que no sabe como decir adiós,
los labios cortados que no quieren pronunciar un adiós.
Y es que huele a hogar, escúchalo, el silencio lo grita,
el perfume resbala del cuello al aire y
huele a como respiran los abrazos que se transforman en mirada
y como las miradas consiguen ser aliento
y como el aliento se convierte en beso
y este beso en sello inquebrantable.

Una mirada que busca reciprocidad
y consuelo
en el mismo parpadeo.
Así es como se mira por última vez el fuego
para quien se adentra en el invierno.

20 segundos de caída sostenidos por 50 metros de cable,
14 min y 30 segundos de huellas sin identidad,
una vuelta a casa sin hogar,
una mueca de sutil ironía en la mancha de la noche,
una pausa indefinida sobre un transcurso invisible,
caer dormido y rasparse las rodillas,
jugar con las pesadillas
y un perenne silencio. 

-    Escribir
    es retorcer el recuerdo de tacto de tu piel
    en hebras diminutas
    con las que coserme las heridas.
   SobreVivir
      no es más que un continuo intento de deslizar el hilo

    que se acaba rompiendo justo después de cruzar el aro de metal. -



Ni te enhebro.
Ni te olvido.