miércoles, 31 de diciembre de 2014

Si tuviera un nombre debería ser el tuyo



Oigo sus pasos acercarse
haciendo que el resto de voces no sea más que ruido de fondo.

Lleva dos lazos de regalo por labios
y una tóxica bienvenida
caligrafiada en la mirada.

Aguardo su llegada, como una victima,
que escondida entre el bullicio de la gente
disimula su respiración agitada



Si pudiera
apartaría mi pérdida mirada para buscar otros ojos,
que aun no siendo los suyos,
aceptaran el reflejo de miserable conformidad
que le ofrecerían los míos.



Después de tanto tiempo
escucho su sonrisa de nuevo, al pasar, quebrando el silencio.

Permanezco prudente, sin decir si quiera una palabra.
Muerdo mis labios hasta sangrar observando los suyos.

Hay una mezcla entre el olor a café y el olor de su perfume
como presagio de la agridulce escena.










Los fragmentos de luces atraviesan las rejas
proyectando su imagen contra las cuatro paredes.











La suave cadencia de su voz
dilata el resto de ecos en la habitación.

Exhalo una mentira en sus oídos
 y lo llamamos promesa.

Pero fue inútil.

Porque sin despegar los labios
vi caer frente a mí, resbalándose,
una a una por entre sus negras y flotantes pestañas
aquellas gotas
que al desprenderse brillaban como hilos de luz
buscando enhebrar en su aliento las palabras,
que pausadamente, se convirtieron en ligeros suspiros.


La indignación llameó en mis pupilas
reflejadas sobre espejos de acero
que a intervalos de gris y negro
pintaban con despojos el fondo de sus ojos.
Pintaban, el que podríamos llamar boceto,
de esta historia que nunca acaba.

Arrancó la humedad de mi boca
y seguidamente me ofreció un hilo de agua helada
descendiendo por el cauce de su espina dorsal.

La cual me mostraba al dar media vuelta
y marcharse por donde llegó.

Deseo, por primera vez, la resignación.
Se llena en mí la necesidad de soledad.



Sonó un portazo lleno de indiferencia.
Se silencio la madera con sus inmóviles ruidos.
Calló el viento en las aceras también.

Sin atreverme ni aun si quiera a respirar.
Dos vueltas de llave para cerrar la puerta
que me separa de la utópica percepción que me aguijonea,
de la quimérica ilusión del que se arriesga a tocarla.

Mire mis manos y mis rodillas,
que llenas de barro, dolientes y rojizas,
acusaban contra mí el sentimiento de culpabilidad.

Y el rubor de las paredes
dejo paso a las sombras de la noche.
Y las chispas de luz en sus mejillas se cambiaron
por el sonido sordo y lúgubre de la niebla.
Y la intensidad en mis pupilas
 hecha leve susurro sin letras ni música.

Incapaz de comprender mi nostalgia
por su ya alejada mirada
ahogo bajo el agua los gritos
que se estrellan en forma de versos
en este texto.

Se aleja
sabiendo que sé
que no me duele ninguna otra herida
porque es ella la única cicatriz que aún no me han hecho.

jueves, 25 de diciembre de 2014

Las astillas de mi lápiz.


Estaba pensando que todo termina,
y lo triste que resulta esto.

<<O el final de una espera.>>

Hoy puede que ya nadie espere,
que no muera por esperarte a la vuelta de mi espalda
acurrucada en el lado izquierdo de mi cama.

Puede que escuchara al vaho dibujar el perfil de tus labios en la fría ventana
que  horas antes besabas
como queriéndome trazar recuerdos imborrables en el aire.

Puede que se vaya el miedo 
de encontrarte  a la vuelta de cualquier esquina.
Puede que deje de sentir que vaya a ocurrir.

A lo mejor, ya no dejas que se mueran por ti.

He visto como los cementerios
conjugan los nombres de las lapidas con flores.
Y como tú, ingenua, camuflas tu campo de minas con rosas
sin saber
“que nadie escribirá de ti cuando yo haya muerto”

Fallecía tantas veces en tu boca
que la inmortalidad me empezó a saber a agonía.

Y el camino de vuelta a casa
era una linea trazada a punta de pistola
desde mi boca a tu espalda.
Y ya siempre quería volver.

Hice un ovillo de alfileres entre mis manos
solo para que vieras que no llegaba con las manos vacías.
Fui un rió de sangre corriendo por tus brazos,
siguiendo la estela de tus venas,
formando estalactitas en tu piel con cada gota
para tener algo a lo que aferrarme antes de precipitarme
contra la obviedad del asfalto.


Porque eras musa y no promesa
y tenía que caer y perderte
para que siguieras siéndolo.


Los espejos se despedazaron en mil pedazos cuando te marchaste
como queriendo buscar la limosna de tus miradas,
las sobras de tu reflejo por los suelos.
Como queriendo buscar algo de suerte
“aunque fuera de la mala.”



Siete años no son suficientes,
ni tampoco siete vidas.



Y yo rocé tu fuego el tiempo suficiente
como para ver convertido el hielo en hierro.
El tiempo suficiente como para verlo todo reducido a cenizas.


Hay urgencia en mis palabras por decírtelo:

Me hubiera querido quedar en aquel agosto toda la vida,
nadando en la llaga
justo entre el borde de acantilado y de abismo
que a partes iguales me prestabas.

 Nunca seré él, pero yo sabía curarte.