domingo, 29 de noviembre de 2015

Enredaderas

Y como coño, tú que ya no eres nada, 
pudiste llegar a ser lo más parecido a perder casi todo.
Irene X


Una noche la invité al cine.
Mi boca apenas toleraba la sed por la suya mientras la observaba de reojo en su butaca.
Lo sabía, ella ya lo sabía.
Y le gustaba humedecerse los labios.
Porque los suyos eran como los extremos de las blancas alas pegadas de un sobre
que cae en las manos de un niño impaciente.

Daba igual el destinatario o el contenido
solo había que romperlo con la extrema violencia
con la que se abre papel de regalo.

No volví a morder una boca
de la misma forma en que lo hice con la suya.


Una tarde fue ella la que me  invitó a saber que
los besos secos que se mojan en su saliva
son como una pluma hueca bañada en chubascos de tinta.
Sin aquellos, ni una sola palabra hubiese podido mecanografiar.
Y describir esa sensación es como intentar saber dónde termina.


De aquel verano también recuerdo
la forma en que su piel invita al deshielo.
Pero el roce de esta
siempre fue como un cauce de agua helada por la espalda.
Un continuo esperar a que amaneciera mientras
los surcos de sus cortinas lamían el mismo suelo por el que arrastraba su ropa.



Un septiembre cualquiera
cada detalle de sus huellas dactilares rasgado en mi
fue un festín de milimétricas agujas,
desde el mismo primer segundo en que entendí que no tendríamos ni un minuto más.


Olvidar
fue como arrancarse las entrañas,
como deshilar una a una cientos de raíces astilladas en la piel.
Fue como cargar de repente con todas las cruces
que marcó en el calendario.
Como encontrar respuesta a lo último que preguntó:

¿Quién quiere llenarse de enredaderas que sabe que no tardará en cortar?

Y nunca volví a decir una palabra más,

“ porque cuando odias no mendigas.”



domingo, 15 de noviembre de 2015

122 fotos



122 fotos borradas después ya estoy mucho mejor
y no tardaré en reinventarte hasta no saber ni quien eras o que fuimos.
Porque al fin y al cabo
el odio es el camino más corto hacia el olvido.

Pero, desde que no estás,
para hablar de ti tengo que desdibujar tus huellas de mi lengua
y respirar, muy profundo, la fragancia que pervertía el aire
cuando lo arañabas tú.

Para hablar de ti 
tengo que esconder las manos que con cada mancha de tinta
reconocen  mi parte de la culpa: escribir como si fueses a volver;
y respirar, muy profundo, el perfume impregnado en las sabanas
que ahora me sabe a veneno.

Desde que no estás
           para hablar de ti tengo que desordenar las letras de mi nombre
hasta no saber ni quién soy.

Desde que no estás
cada vez que te nombran
tengo que taparme los ojos y dentellear mi lengua hasta no sentirla mía,
para no tener que escuchar de mi boca
que me gustaría ser inmortal en tu piel, como una cicatriz,
en lugar de ser esta áspera herida en mi garganta.
De tanto gritar y solo devolver perpetuos silencios.
De tantos ecos sin voz.

Si te escribo esto ahora es porque dentro de poco
te voy a reinventar hasta no saber ni quien eras o que fuimos,
a imaginarte de la forma que en ya no puedas doler,
a escribirte como si las folios se creyeran perennes cuando algún verso cuelga de tu piel,
a alejarme de ti como si acaso no fueras siamesa de mis venas.
  
Si te escribo esto ahora
   es porque pronto no sabré ni quien eras o que fuimos,
          es porque hay 122 fotos de distancia entre tu cuerpo y el mío,
                   es porque de haber sabido el final de esta historia, sé que no hubiera sido distinto,
es porque corre polvo por mis ventrículos desde que no están en tus manos,
es porque no estás,  es porque no fuimos capaces ni de despedirnos
es porque no puedo ni pronunciar tu nombre
                                                                                  es porque, simplemente,  yo ya no sé ni quien soy
si no pronuncia tu boca el mío.



domingo, 1 de noviembre de 2015

Salas de Espera




Seguramente, pasado un tiempo,
volveré a mirar hacia atrás y lo entenderé.

Comprenderé ese sabor a último intento
que tenía cada beso.
O el sonido característico de nuestra brecha abriéndose,
como cuando no se quiere hacer ruido y aletargas los movimientos
hasta que al final alguien se acaba despertando.

Es muy probable que empiece a comprender tu ausencia muy pronto,
y la caligrafía del idioma del frío
mientras lame mi espalda.
Quizá, el calor también se olvida
de la misma forma en que se evapora una gota
o en que se perdía el aire que respirabas en mi boca.

que asimilaré
la causa de porque el mundo era dos veces un vacío
cuando te ibas y no mirabas hacia atrás.
Sabré lidiar
con que vociferaras tus heridas abiertas,
pero sellaras los labios
cuando más necesitaba que gritases.

Podré interpretar
que los espejos escupan tu imagen
desde que te asomaste desnuda a uno de ellos.
Incluso no juzgar
que inhalaras el asfalto del pasado
para luego jugar a quemarme la piel con carreteras hacia ningún lado.

Estoy bastante seguro
de que pasado un tiempo,
daré media vuelta,
y todo lo que ha sucedido tendrá sentido.

Pero hoy,
no entiendo nada sin ti.