jueves, 12 de mayo de 2016

Tormentas





La último vez en que se inundaron mis pulmones
sus manos me aprisionaron la respiración desde el otro lado de la acera,
para luego jugar a devolverme el aire a intervalos de agonía.
Y la sensación de verla llegar fue la misma
que la de estar bajo un aguacero
y encontrar una cornisa.

La última vez en que nos quedamos a oscuras
en la calle había un campo de minas de gotas frías
y castillos de paredes de barro en cada parque.

Sus labios seguían violáceos cuando sonaron los engranajes de la cerradura girando,
su aliento aun parpadeaba pausadamente en mi boca
justo antes de desvestirla
como si no supiéramos ni de agujas ni de relojes,
sus manos aun estaban frías mientras desabotonaba mi camisa hasta pellizcar mi cuello.

Como ríos de agua deslizándose por toboganes de hierro,
como el viento empujando hasta lo más alto los columpios.


Hay reflejos de luz callejera en los cristales de sus gafas
y trazos de fría escarcha impregnados en su piel ocre.
Mis manos se hunden en la tinta que baña su carne
como queriendo aprender las lineas que la delimitan en la oscuridad.
Mi boca se unge con el alcohol de la fragancia que estrangula su cuello
y sus piernas se entrelazan entre las mías,
como dos lazos que se estrechan y cierran formando un nudo.

Hay un manantial en cada poro de su piel
y su sudor desciende como enredaderas de miel,
guiando mi lengua hasta la última de las terminaciones nerviosas de su cuerpo.

Como lámparas eléctricas cayendo en hilo del cielo,
como rayos sin voz tocando el suelo con la yema de los dedos.

Se puede rozar el silencio si te tumbas en su pecho y,
el sincronismo de su pulso, enmudece a todos los relojes
que articulan un
“ya es tarde”
en nuestras bocas. 

Su nombre, escrito con calor sobre el vaho,
abre espejos sin horizontes con las imágenes que no sabré desdibujar
cuando se marche.

Se puede disfrazar la niebla de la mañana borrosa bajo sus sabanas,
y escucharla con la excitación de nuestros corazones golpeándonos en la boca.

Como olor a humedad tras los ventanales,
como retratos del invierno en los cristales.

“No quiero que vuelvas a cerrarme una puerta si no es conmigo dentro.”
Le dije mientras lo hacía.

Y el ruido de sus pasos sobre los escalones, mientras se alejaba,
sonaba con la terrible semejanza de la última vez.

Que torpes mis ojos que no saben cómo apartarse de su espalda,
que inútil barrer los restos de lo que fuimos para después escribírselos,
que absurdo el ahora y el sin ti por no hacernos daño.

Que difícil recordar la lluvia ahora que me ahogo.


Como ponerle rejas a los patios del recreo
y tragarme la llave del candado que pusiste en mis labios.


Quiero decir, que sí, que yo también sé de tormentas,
pero destilar el frió en tu boca
me bastaba para saber donde quería estar.











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