domingo, 13 de diciembre de 2015

Un teatro vacío

Qué ironía la de encontrarla.
tan pérdida.
Encontrarla
tan extrañamente conocida.





Os podría contar que su abrazo
tiene la medida exacta como para rodearme la espalda
sin dejar de rozarse los dedos tras mi nuca.

Pero es imposible describir la sensación
de balancearse en los columpios de sus brazos.


Y no sé si es que
ambos estamos
cayendo en picado
y a la misma velocidad,
pero ella me aprisiona el pecho
como si estuviésemos a punto de tocar fondo.

Desde la primera vez que la vi
supe que me dolería
como solo a mi me puede doler el amor
cuando es de verdad.

Como solo a mi me puede doler 
la ansiedad de la incertidumbre,
la impaciencia en la boca por su cielo,
las prisas en las manos por sus líneas,
la duda de no hallar respuesta alguna
en la inseguridad de las primeras veces,
la torpeza de la inexactitud,
el no ser sino somos,
la agónica prudencia del que espera.
El amor, quizá.

Y es que
sigo siendo el mismo niño
que metía los dedos en el fuego
si el invierno le lamia la espalda.
Y lleva mucho tiempo sin salir el sol.
Y ella es una caja llena de cerillas en mis bolsillos
justo cuando no pensaba encontrar de nuevo los fusibles de casa.

Aun así
evito su boca.
Porque si me lo pide,
me quedo.

Sus labios son todo un juego de llaves de hierro,
porque al pasar la lengua por ellos el sabor a sangre te invade la boca.
Y es que no he encontrado mejor metáfora para explicarle
que no puedo dejar de lamer sus heridas
con la esperanza de verlas cicatrizar.

Por eso lo sé.
Por eso sé
que si me lo pide otra vez
me quedo.
Y evito su boca.

Por eso
y porque
os podría contar
que he vuelto a sentir el estomago pender de un hilo
con solo recordarla bailar sobre su ropa en mi habitación.

Porque por las noches
puedo contar de la una a las mil
luciérnagas en su piel
cuando las farolas se estrellan en sus cristalinas gotas de sudor.

Porque él solo contoneo de su llavero en el bolso
sabe abrir los candados que me encadenan al pasado.

Porque me pide que la acaricie como si fuera de cristal
para no tener que explicarme que tenga cuidado con las llagas
que le han provocado los restos de una piel anterior en su piel.

Porque me pide que la quiera.
Que la quiera y que le escriba con las letras
de quien no quiere una voz por respuesta
que no sea la suya

Porque sus piernas temblorosas
me arrancan los suspiros de la boca.
Y me sobra respirar y el aliento
cuando ella me agarra de las muñecas
hasta hundirme en la piel
los dibujos asimétricos de sus medias.

Porque,
es muy importante que lo sepas y debes entenderlo bien,
no pienso irme
ni aunque me lo pidas.

Y debe ser por eso,
sobre todo por eso,
por lo que evito tu boca.




domingo, 29 de noviembre de 2015

Enredaderas

Y como coño, tú que ya no eres nada, 
pudiste llegar a ser lo más parecido a perder casi todo.
Irene X


Una noche la invité al cine.
Mi boca apenas toleraba la sed por la suya mientras la observaba de reojo en su butaca.
Lo sabía, ella ya lo sabía.
Y le gustaba humedecerse los labios.
Porque los suyos eran como los extremos de las blancas alas pegadas de un sobre
que cae en las manos de un niño impaciente.

Daba igual el destinatario o el contenido
solo había que romperlo con la extrema violencia
con la que se abre papel de regalo.

No volví a morder una boca
de la misma forma en que lo hice con la suya.


Una tarde fue ella la que me  invitó a saber que
los besos secos que se mojan en su saliva
son como una pluma hueca bañada en chubascos de tinta.
Sin aquellos, ni una sola palabra hubiese podido mecanografiar.
Y describir esa sensación es como intentar saber dónde termina.


De aquel verano también recuerdo
la forma en que su piel invita al deshielo.
Pero el roce de esta
siempre fue como un cauce de agua helada por la espalda.
Un continuo esperar a que amaneciera mientras
los surcos de sus cortinas lamían el mismo suelo por el que arrastraba su ropa.



Un septiembre cualquiera
cada detalle de sus huellas dactilares rasgado en mi
fue un festín de milimétricas agujas,
desde el mismo primer segundo en que entendí que no tendríamos ni un minuto más.


Olvidar
fue como arrancarse las entrañas,
como deshilar una a una cientos de raíces astilladas en la piel.
Fue como cargar de repente con todas las cruces
que marcó en el calendario.
Como encontrar respuesta a lo último que preguntó:

¿Quién quiere llenarse de enredaderas que sabe que no tardará en cortar?

Y nunca volví a decir una palabra más,

“ porque cuando odias no mendigas.”



domingo, 15 de noviembre de 2015

122 fotos



122 fotos borradas después ya estoy mucho mejor
y no tardaré en reinventarte hasta no saber ni quien eras o que fuimos.
Porque al fin y al cabo
el odio es el camino más corto hacia el olvido.

Pero, desde que no estás,
para hablar de ti tengo que desdibujar tus huellas de mi lengua
y respirar, muy profundo, la fragancia que pervertía el aire
cuando lo arañabas tú.

Para hablar de ti 
tengo que esconder las manos que con cada mancha de tinta
reconocen  mi parte de la culpa: escribir como si fueses a volver;
y respirar, muy profundo, el perfume impregnado en las sabanas
que ahora me sabe a veneno.

Desde que no estás
           para hablar de ti tengo que desordenar las letras de mi nombre
hasta no saber ni quién soy.

Desde que no estás
cada vez que te nombran
tengo que taparme los ojos y dentellear mi lengua hasta no sentirla mía,
para no tener que escuchar de mi boca
que me gustaría ser inmortal en tu piel, como una cicatriz,
en lugar de ser esta áspera herida en mi garganta.
De tanto gritar y solo devolver perpetuos silencios.
De tantos ecos sin voz.

Si te escribo esto ahora es porque dentro de poco
te voy a reinventar hasta no saber ni quien eras o que fuimos,
a imaginarte de la forma que en ya no puedas doler,
a escribirte como si las folios se creyeran perennes cuando algún verso cuelga de tu piel,
a alejarme de ti como si acaso no fueras siamesa de mis venas.
  
Si te escribo esto ahora
   es porque pronto no sabré ni quien eras o que fuimos,
          es porque hay 122 fotos de distancia entre tu cuerpo y el mío,
                   es porque de haber sabido el final de esta historia, sé que no hubiera sido distinto,
es porque corre polvo por mis ventrículos desde que no están en tus manos,
es porque no estás,  es porque no fuimos capaces ni de despedirnos
es porque no puedo ni pronunciar tu nombre
                                                                                  es porque, simplemente,  yo ya no sé ni quien soy
si no pronuncia tu boca el mío.



domingo, 1 de noviembre de 2015

Salas de Espera




Seguramente, pasado un tiempo,
volveré a mirar hacia atrás y lo entenderé.

Comprenderé ese sabor a último intento
que tenía cada beso.
O el sonido característico de nuestra brecha abriéndose,
como cuando no se quiere hacer ruido y aletargas los movimientos
hasta que al final alguien se acaba despertando.

Es muy probable que empiece a comprender tu ausencia muy pronto,
y la caligrafía del idioma del frío
mientras lame mi espalda.
Quizá, el calor también se olvida
de la misma forma en que se evapora una gota
o en que se perdía el aire que respirabas en mi boca.

que asimilaré
la causa de porque el mundo era dos veces un vacío
cuando te ibas y no mirabas hacia atrás.
Sabré lidiar
con que vociferaras tus heridas abiertas,
pero sellaras los labios
cuando más necesitaba que gritases.

Podré interpretar
que los espejos escupan tu imagen
desde que te asomaste desnuda a uno de ellos.
Incluso no juzgar
que inhalaras el asfalto del pasado
para luego jugar a quemarme la piel con carreteras hacia ningún lado.

Estoy bastante seguro
de que pasado un tiempo,
daré media vuelta,
y todo lo que ha sucedido tendrá sentido.

Pero hoy,
no entiendo nada sin ti.



sábado, 10 de octubre de 2015

Bocanadas de asfalto




Hace un año dejé la vida pausada justo aquí. 
Los versos más tristes se visten de traje,
contorneándose sobre el papel, 
pidiendo a gritos un final desde entonces.

Hace un año ella dejó en esta misma mesita 
una caja de metal con una nota escrita
donde se podía leer:
“échame de menos”

Justo cuando más necesitaba saber cómo dejar de hacerlo.  

Es exactamente ahí donde guardo las 7 vidas que no viví con ella. 
Pero que querían ser suyas. 
Las mismas 7 que descansan atadas de cara a la pared. 
Castigadas. 
Pero que querían empezar y acabar en su boca.

Aun conservo debajo de la almohada la noche 
que estuvo a punto de perder de su  garganta un te quiero. 
Y no sé si será porque ella sabía hablarme con los ojos 
o porque yo sabía escucharla con los dedos, 
pero sin decir nada, yo lo supe.

Y no sé si será porque ella nunca fue de nadie 
o porque yo lamí sus heridas hasta entenderlas,
pero sin pronunciarlo, 
comprendí que ese sería el último amanecer que nos desvelaría.

Amarla era como vivir en una constante cuenta atrás, 
donde cada segundo significaba un paso más que ella daba
alejándose entre la gente, 
perdiéndose entra la multitud, 
convirtiéndose de nuevo en una desconocida.

El último beso lo guardo en la retina, 
como si me viera obligado a repetir la escena en bucle 
hasta  conseguir estrujar sus labios de la forma 
en que pudiera exprimir todo ese ácido que calmaba mis heridas. 
Justo antes de marcharse.
Selló su boca con precisión de relojería.  
Sin ni si quiera decir una palabra 
dejo la puerta abierta invitándome al vació. 
Y yo, que siempre he sabido que decir pero nunca escuchar,
me clavo su rojo de labios en el paladar mientras comprendo que a veces, 
cuando nada puede ser suficiente, 
la mejor respuesta es el silencio.

Sonó un portazo  y mi entereza rompiendo contra el suelo.

Los restos de perfume de ese último adiós aun se esparcen por mis muñecas, 
          asfixiándome por las noches,
                                  arañando esta piel de hojalata 
que colecciona aquellos oxidados insomnios compartidos de sudor. 
Como si se pudiera reciclar el calor.

Después de todo aquello, 
tuve que pisar las hojas muertas con las que el otoño pintaba las aceras, 
intentando adelantar la primavera, 
para salvarme de las laceradas caricias que el invierno regalaba 
sin el abrigo de su aliento.

Pero,
¿y  si todas las estaciones siguieran manchadas por sus dedos?
¿y si todo aquel calor se quedo atrapado en nuestro último verano?
¿y si no soy capaz de terminar ningún texto sin escupir su nombre?


Porque,
al fin y al cabo,
sin ni si quiera saber
si alguna vez llegó a quedarse,
hace un año que dejé la vida pausada justo aquí
porque pensé que volvería.




domingo, 20 de septiembre de 2015

En silencio




" El silencio, cuando se tiene tanto que decir,
es la peor de las torturas. "

Ernesto Perez Vallejo






La primera vez que la vi 
la música inundaba cada rincón de aquella sala.
Todo se quedo en silencio un segundo después.


Ella, ni siquiera se ha dado cuenta, pero
el calor que se oculta en su piel me hiela cada vez que me agarra por las manos.
Y creo ser de humo.
No se ha dado cuenta, pero 
las gotas de humedad de sus labios se camuflan en la niebla
que condensa en el cielo de su boca
escondiendo lo que calla. 

Ella saca a bailar a la tristeza que bebe en todas las barras de bar de esta ciudad 
y pinta con horizontes de colores las noches que me deja agarrarla por la cintura.

Su mirada abre grietas imposibles en mis ojos,
como cientos de cuervos del color de su pelo comiendo de mis cuencas
hasta dejarlas vacías.
Su roce son relámpagos inventando el frió en la piel
hasta hacerla erizar.

A veces,
se coloca tan cerca que puedo sentir su respiración arañando mi cuello,
haciendo pender mi estomago
de todos los hilos de los bordes de su vestido.

A cada golpe de talón se enredan sus piernas en mis ojos.
Y juro que si vuelve a sonreír mientras me mira
me va a explotar el corazón
igual que lo hacen las bombillas al quemarse.



La primera vez que la vi 
pensé que por fin la vida había llegado a tiempo,
que de repente, 
todas mis heridas estaban hechas a la medida de sus dedos.



Pero

sigue ocurriendo que dos personas llegan al mismo punto
y una de ellas aun no está allí.

A veces tienes que resignarte 
al asfalto donde se clavan un par de zapatos.
Morder el polvo
de un par de pestañeos.



Así que calla,
me sobra con mirarte para rasgar el perfil de las palabras que te visten esta noche,
para apreciar que estas hecha de los espacios en blanco que adornan

mudos
 los textos.



Me sobra tu tacto para advertir la incómoda distancia entre tu ropa y tu cuerpo,
la de cientos de charcos de miel que escondes en la piel.

Calla y sigue mirándome
que aunque no sea para salvarme
me estas cosiendo a tus clavículas con cada punto de incertidumbre.

No digas nada, que esta ausencia de ruido dure una eternidad,
y la brevedad del momento me sepa a agonía.

Porque.
La primera vez que la vi
estrujo las voces de los demás entre sus manos.
Y ya todo me sabe a su silencio. 





domingo, 30 de agosto de 2015

Era lunes cuando perdí el autobús de las 12:30





Ninguna llaga tanto se sintió
ninguna que por tanto tiempo no sanara su tormento.
Ni placer tan inmenso fue
que no le consumiera el tiempo.




A la edad de 17 años
la mezcla entre la torrencial lluvia fría y el candente asfalto,
que se veía desde mi ventana algunos días de verano,
prestaba a mis sentidos una representación cercana a lo que debía ser la magia.
Ese mismo año conocí a quien puso en duda la definición de la misma.

Para cuando quise darme cuenta de lo sugestiva que era la sensación de estar cerca de ella
ya me encontraba escribiendo sobre todo ello ininterrumpidamente,
detallando el desconocimiento de las causas.

Ella me creaba la necesidad de escribir
y no poder describir la sensación
era tan angustioso
como lo era la incertidumbre del porvenir.

A mí, 
esa ansiedad en el pensamiento fruto de la composición de
impaciencia y desesperación,
a cada segundo que se escapaba de entre mis manos,
me parecía  una sensación única.

Los minúsculos fragmentos de tiempo que pasábamos juntos comenzaron a parecerme insuficientes para todo lo que mi estomago tiritaba imaginando su calor.
El presentimiento de que solo eran restos de minutero lo que me prestaba 
acentuaba la distancia hasta hacerla insalvable,
emborronando la tinta hasta no entender ni una de las letras 
con las que enmudecía sobre el papel
todo lo que apenas podía disimular delante de ella :



Que me enajenaba la comodidad del silencio cuando la miraba fijamente
y no apartaba la mirada,
que su rojo de labios me hacia soñar desiertos en pleno noviembre,
que me envenenaba el filo de sus manos cuando moldeaba el ruido
hasta convertirlo en melodías,
que hacia todo esto sin querer y que apenas se daba cuenta,
<<que es muy jodido no poder conjugarla en presente todavía.>>



     Tan solo me quedaba la aspereza de cruzarnos en alguna esquina
                                        y la esperanza de escupir telegramas en el idioma del asfalto:       
                                                 manchando sus pies hasta aprender sus huellas.


Que tan frustrante es poseer
el deseo y la necesidad por alguien
pero no la habilidad para saciar ambos sentimientos.


>>              Si os cuento todo esto es porque 
ayer, al verla de nuevo, sentí el peso sobre mis hombros de
toda la piel y la saliva que he estado malgastando,
de todas las vueltas de reloj que hemos dado hasta el siguiente párrafo :     <<



Su pelo recogido en una apretada coleta sobre su nuca
estrangula mis ojos hasta cortarme la respiración.
Los engranajes giran sobre el cuarzo produciendo la llama
y la muerte parece extinguirse justo en la frontera entre el papel y sus labios.
El humo disparado en espirales reflecta la luz de los portales sobre las aceras
y la perspectiva consume mi aliento hasta quemarme la garganta.




No sé si lo entiende,
pero podría secuestrarme las cuerdas vocales hasta hacer el silencio suyo.

No sé si lo entenderéis,
pero se ha convertido en un espejismo,
como la hora del despertador de casa después del apagón. 
Imprecisa.
Se ha convertido es una oscilante ilusión.
Como la magia.


Y una vez más, con la boca ensuciada de despedida,
clava en mi mejilla izquierda el remite
que sigue delirando con copos de nieve
en pleno agosto.





sábado, 25 de julio de 2015

"Abro comillas"

Voy a pensarte sin prisa.
Voy a olvidarte despacio.
Voy a escribirte demasiado.
 Voy a tragarme mis palabras
cuando deje de escupir las tuyas.
Voy a hablar de ti en alto...
hasta que dejes de sonar.


Tengo que reconocer que estoy escribiendo con mucho retraso
lo que deberías de haber sabido desde el primer día.

Pero, 
¿cómo voy a saber explicarle a alguien
que mi vida abre paréntesis con la forma de las comisuras de tus labios cada vez que vuelves?
¿Cómo?
Si aun no hay ni tan si quiera inventada la suficiente recursividad como para
trazar tu piel en el aire con tan solo palabras.

¿ Cómo voy a explicarme
que podría haber sabido con exactitud
el tamaño de las grietas de mi estomago
cada una de las veces en que decidiste marcharte ?

Supongo que el miedo prevalece.
Y yo siempre he temido lo que pudieras hacer conmigo
desde el día en que convertiste al resto en insignificante.

Entre escalofríos de calor
aun recuerdo abotonar camisas de sudor
hasta tu cuello con mis propias  manos.

Recuerdo como te desnudabas en el cuarto con las persianas bien subidas
y a las polillas llamar a la ventana cansadas de las farolas.

Recuerdo tu piel bañada en betún
poniendo perdida toda la habitación
de lo que al día siguiente pondría por nombre poesía.

Pero mañana siempre fue tarde contigo
y lo más jodido es que cada punto de tus lunares acaba en tilde
prolongando la incertidumbre . . .