domingo, 30 de agosto de 2015

Era lunes cuando perdí el autobús de las 12:30





Ninguna llaga tanto se sintió
ninguna que por tanto tiempo no sanara su tormento.
Ni placer tan inmenso fue
que no le consumiera el tiempo.




A la edad de 17 años
la mezcla entre la torrencial lluvia fría y el candente asfalto,
que se veía desde mi ventana algunos días de verano,
prestaba a mis sentidos una representación cercana a lo que debía ser la magia.
Ese mismo año conocí a quien puso en duda la definición de la misma.

Para cuando quise darme cuenta de lo sugestiva que era la sensación de estar cerca de ella
ya me encontraba escribiendo sobre todo ello ininterrumpidamente,
detallando el desconocimiento de las causas.

Ella me creaba la necesidad de escribir
y no poder describir la sensación
era tan angustioso
como lo era la incertidumbre del porvenir.

A mí, 
esa ansiedad en el pensamiento fruto de la composición de
impaciencia y desesperación,
a cada segundo que se escapaba de entre mis manos,
me parecía  una sensación única.

Los minúsculos fragmentos de tiempo que pasábamos juntos comenzaron a parecerme insuficientes para todo lo que mi estomago tiritaba imaginando su calor.
El presentimiento de que solo eran restos de minutero lo que me prestaba 
acentuaba la distancia hasta hacerla insalvable,
emborronando la tinta hasta no entender ni una de las letras 
con las que enmudecía sobre el papel
todo lo que apenas podía disimular delante de ella :



Que me enajenaba la comodidad del silencio cuando la miraba fijamente
y no apartaba la mirada,
que su rojo de labios me hacia soñar desiertos en pleno noviembre,
que me envenenaba el filo de sus manos cuando moldeaba el ruido
hasta convertirlo en melodías,
que hacia todo esto sin querer y que apenas se daba cuenta,
<<que es muy jodido no poder conjugarla en presente todavía.>>



     Tan solo me quedaba la aspereza de cruzarnos en alguna esquina
                                        y la esperanza de escupir telegramas en el idioma del asfalto:       
                                                 manchando sus pies hasta aprender sus huellas.


Que tan frustrante es poseer
el deseo y la necesidad por alguien
pero no la habilidad para saciar ambos sentimientos.


>>              Si os cuento todo esto es porque 
ayer, al verla de nuevo, sentí el peso sobre mis hombros de
toda la piel y la saliva que he estado malgastando,
de todas las vueltas de reloj que hemos dado hasta el siguiente párrafo :     <<



Su pelo recogido en una apretada coleta sobre su nuca
estrangula mis ojos hasta cortarme la respiración.
Los engranajes giran sobre el cuarzo produciendo la llama
y la muerte parece extinguirse justo en la frontera entre el papel y sus labios.
El humo disparado en espirales reflecta la luz de los portales sobre las aceras
y la perspectiva consume mi aliento hasta quemarme la garganta.




No sé si lo entiende,
pero podría secuestrarme las cuerdas vocales hasta hacer el silencio suyo.

No sé si lo entenderéis,
pero se ha convertido en un espejismo,
como la hora del despertador de casa después del apagón. 
Imprecisa.
Se ha convertido es una oscilante ilusión.
Como la magia.


Y una vez más, con la boca ensuciada de despedida,
clava en mi mejilla izquierda el remite
que sigue delirando con copos de nieve
en pleno agosto.